-Ana-
Dicen que Don Benito se había robado a Teresa cuando ella tenía 13 años. Tenía otra esposa y una familia no muy numerosa, pero no cabe duda que cuando el amor golpea, lo demás no importa. Quizá no sólo era el amor, sino la dote que obtendría al casarse con ella: una hermosa y envidiable huerta de mangos. Lo cierto es que esos detalles no importaban cuando uno veía el amor que ambos se profesaban. Habían formado ellos también otra familia, por los menos cinco hijos les conocí yo y más de quince nietos. No sabría con exactitud cuántos años habrían pasado desde que se casaron, jamás he sido buena para calcular la edad de las personas y menos cuando la piel está curtida por una vida entera en la sierra. Creo que eran mucho menos viejos de cómo yo los veía. Lo cierto es que en todos esos años Don Benito no se quiso conseguir otra esposa, y es muy común entre los huicholes que tengan por lo menos dos. Él no, él se mantuvo fiel a Teresa.
Vivían solos en un ranchito llamado “Las Escobas” y aunque sus hijos vivían cerca, cuando uno está en medio de la sierra “cerca” significa dos o tres horas a pie. Vivían de lo que les dejaban los mangos, de la venta de las hierbas que cosechaban y de las donaciones que recibía Don Benito por las curaciones o por los ritos. Ya llevaba muchos años siendo Maracame y aunque era muy respetado entre las comunidades huicholas vecinas, también tenía algunos enemigos.
Hace poco más de un año, llegó una señora enferma a que la atendiera Don Benito. Traía metido un espíritu que le ocasionaba todo tipo de molestias físicas. Don Benito le hizo curaciones todos los días por más de una semana pero la señora no mejoraba, al contrario, cada día empeoraba más. El día de la fiesta del tambor, que es una de las festividades principales de los huicholes en donde celebran metafóricamente la llegada a Wirikuta (donde cortan el peyote), a Don Benito le tocó oficiar la ceremonia. Se aprovecharon los sacrificios de gallinas para pedir por la señora enferma, pero desgraciadamente a mitad de la mañana falleció. No se notó su muerte hasta varias horas después, cuando la fiesta ya había terminado. Durante la ceremonia no se le cuidó porque cada quien estaba muy metido en su papel y de ello dependía el éxito o fracaso de la misma. En cuanto lo notaron fueron a avisar a Santa Cruz, pues de ahí era la señora y desde ahí la habían llevado con Don Benito. La distancia entre ambos pueblos es larga, son por lo menos dos horas a pie hasta llegar al camino, y de ahí el tiempo que tarde una camioneta en pasar que los deje cerca del río, desde donde se caminan otras tres horas para llegar a Santa Cruz.
Casi siete horas después de que habían partido con el cuerpo, llegaron al pueblo. Pero el cuerpo no fue bien recibido pues se le hallaron unas marcas que decían eran por brujería, así que se le quemó para que no dejara maldiciones a los habitantes.
A Don Benito se le acusó de asesinato y tuvo que comparecer ante el consejo de ancianos. La situación legal se complicaba cada vez más, pero debía mantenerse dentro del sistema legal de los huicholes, pues en el ministerio público de Nayarit era imposible una acusación o una defensa por cargos de brujería.
Después de un par de meses, el consejo absolvió a Don Benito pero eso no calmó el odio de sus acusadores. En el fondo lo que querían era el dominio de la famosa huerta de mangos tan codiciada en la región. Probablemente la señora ni siquiera tenía salvación…
Una tarde cualquiera, Teresa y sus hijas comían en su casita mientras los esposos estaban en la huerta. De pronto llegaron unos hombres buscando al Maracame. Como no estaba, decidieron dejarle un mensaje muy bien plasmado en la cara de Teresa. Con un rifle la habían golpeado una y otra vez hasta que perdió la conciencia. A las hijas no les hicieron nada, pero ellas tampoco pudieron hacer mucho para defender a su madre. Como ninguna sabía de dónde venían los hombres, no se pudo hacer una acusación formal. La familia tuvo que seguir con su vida con la mayor normalidad posible aunque en el fondo, con un poco de miedo.
Así pasaron los días que se transformaron en semanas y que empezaron a transformarse en meses. Ya se estaban incluso preparando para la siguiente fiesta: la de la semana santa que es la más importante. Como en esta fiesta se reunían todas las comunidades huicholes de Nayarit, Jalisco y San Luis Potosí, se elegía a un solo Maracame para oficiar la ceremonia y para realizar los sacrificios principales. Y este año se había elegido a Don Benito.
Una semana antes de la fiesta, él y Teresa se quedaron en casa en proceso de purificación mientras sus hijos estaban en sus respectivos hogares no tan lejos de ahí. Un hombre con apariencia un tanto pálida llegó a pedir la ayuda del Maracame para curarle de un mal de amores que le afligía desde hacía varios meses. Era un hombre muy amable aunque un poco tímido. Supo ganarse su confianza y platicaron durante horas. -¿No me regala otro cafecito Doña Teresa?- le pidió amablemente el hombre que dijo llamarse Eustaquio. Como buena anfitriona, ella se dirigió hacia su cocina para prender la lumbre. Pero en cuanto escuchó el disparo no sólo se le resbaló la ollita con agua, sino también la esperanza. Salió corriendo desesperada, pero el hombre ya no estaba y Don Benito yacía muerto en el suelo con un disparo en la cabeza. Con el corazón arrancado en la mano y un dolor más fuerte que el aullido del viento, Teresa tuvo que caminar las dos horas necesarias para llegar con sus hijos…
A mi hermano le llamaron ese mismo día para que les ayudara con algunos trámites del entierro. Javier lleva más de 20 años yendo con ellos a sus fiestas y ayudándoles con cuestiones legales. Todo empezó cuando en un viaje a la sierra con sus amigos de la prepa, él y Tomás se perdieron del grupo y casualmente llegaron a casa de Don Benito. Desde entonces hay una relación muy cercana entre ellos, siempre los han considerado parte de su familia…
Hace una semana que Javier regresó del entierro. Le preocupa Teresa porque la ve muy triste. Dice que quizá sus hijos se vayan a vivir con ella para no dejarla sola, pero antes deberán expulsar al espíritu de Don Benito de su casa porque según dicen, aún está rondando por los campos y es necesario que se vaya para que todos puedan continuar con su vida.
A mí me preocupa Javier. Desde ese día no ha salido de su cuarto y no ha querido comer. Teme por la vida de Teresa, teme por sus hijos, teme por la huerta. Dice que quizá se vaya para Las Escobas una temporada por si se ofrece algo.
Del asesino no se sabe nada y probablemente no se sabrá. Esos casos no suelen tener muchas esperanzas de resolverse. Lo único que le queda a su familia es aprender a vivir con la pérdida y seguir adelante entre el dolor y la tristeza…
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