Y para comenzar…

julio 18, 2009

…, antes que nada, un aviso: se han agregado seis nuevos indicadores de «categoría» al blog, que van de la «Sesión 7» a «Sesión 12». Por favor no olviden utilizarlos para marcar sus ejercicios de modo que sea más fácil clasificarlos. Tampoco olviden poner su nombre en el texto de los ejercicios.

Gracias. 🙂

Y ahora sí, comencemos. Si no está ya disponible ahora, dentro de poco podrán encontrar, en la plataforma digital del Claustro, un texto del escritor argentino Ricardo Piglia. Léanlo y, para abrir boca, utilicen la sección de comentarios de esta misma nota para discutir la siguiente cuestión: ¿se puede decir que el cuento «La esperanza», con el que cerramos el primer módulo de nuestro taller, cuenta dos historias a la vez? En tal caso, ¿cuáles serán?

Seguimos en contacto.


Regresamos

julio 17, 2009

Buenos días a todos. Estamos de vuelta, lo que sucede gracias a ustedes. Me alegra mucho que la primera etapa del taller les haya parecido interesante; espero que la segunda lo sea igualmente.

Para ir calentando motores, pronto recibirán, por vía de la plataforma digital del Claustro que hemos utilizado, un texto con el que trabajaremos durante un par de sesiones. Entretanto he aquí el programa del segundo módulo, que estará dividido, como el anterior, en seis «sesiones» semanales:

1. Las dos historias I: el misterio de la narración
2. Las dos historias II: el misterio del mundo
3. Creación de personajes I: tipos y funciones
4. Creación de personajes II: el conflicto
5. Creación de personajes III: dialogación
6. Vuelo libre

Gracias otra vez a todos y estamos, a partir de ahora, de nuevo en contacto.

–AC


Gracias a todos

junio 28, 2009

Hola. ¿Cómo están?

Aún faltan textos de varios de nuestros compañeros, y tenemos aún algo de tiempo para leerlos y comentarlos. Sin embargo, no quiero dejar pasar más tiempo antes de agradecer a todos su paciencia, su disposición y su entusiasmo en estas semanas de taller virtual. Espero que haya sido una buena experiencia para todos y que cuanto hemos podido decir y comentar les sirva, a partir de ahora, al escribir.

También espero que, si no les ha sucedido ya, al revisar lo que ya hicieron (o al proyectar lo que harán a continuación) se den cuenta de una cualidad importantísima de este trabajo que hemos hecho: que nos permite conocernos mejor. Pensar en los textos no es sólo contar para los demás sino escribirnos y leernos, a nosotros mismos: mirar en lo profundo de lo que somos, y ese placer y esa oportunidad es de toda persona que se anima a escribir.

Gracias, pues, y hasta pronto. 🙂

–A.C.


LA LLUVIA.

junio 24, 2009

Tù has sido arrojado  a la zanja, luego de que el caballo se levanto en sus dos patas traseras antes de salir    corriendo asustado por aquel rayo. Al caer de  tù pierna se escucho un sonido leve de un crujido y sentiste dolor.

Despues del trueno la lluvia emprende su caìda, el agua ha comenzado a mezclarse con la tierra de la zanja y te hundes el tiempo transcurre, la lluvia es cada vez màs intensa.

Tratas de moverte pero la pierna en cada intento que realizas el dolor es intenso, te preguntas si està rota pero no debes perder tiempo con este pensamiento ahora solo buscas la manera de liberarte de la zanja. Recuerdas en estos momentos los dìas  en que solo pensabas en la familia-trabajo, trabajo-en la familia pero tus pensamientos se van un poco màs atràs en la infancia, cuando todo era solo juego, dulces, amigos, correr bajo la lluvia era de lo màs divertido, sentir la ropa hùmeda saltar los charcos tomar entre tus manos el lodo, jugar con las lombrices o jugar con los pequeños muñecos que enterrabas en el lodo. Un recuerdo que hoy esta muy lejos de lo que ahora estas viviendo en està zanja atrapado con el dolor de la pierna. El lodo y la lluvia no juegan , esta vez te tienen atrapado de un modo tal que sera dificil liberarte.

De pronto escuchas a lo lejos un ruido como si fueran pisadas que se mezclan entre el agua y la tierra mojada, cada vez las escuchas  màs cercas tratas de incorporarte y a la vez gritas para ser escuchado, gritas cada vez màs fuerte para que con el ruido de la lluvia tu voz sea escuchada y de pronto sientes que alguien se aproxima a la zanja y esperas con el latir intenso del corazòn al fin algo se asoma, pero solo es una vaca perdida y asustada, està mira la zanja y retrocede. Tù apenas puedes contener las lagrimas por aquella sensaciòn de fustraciòn mezclada con un sentimiento desesperanzador.

Hoy la lluvia te acompaña como en la infancia pero esta vez de una manera en que te estremece por estar atrapado en la zanja y solo escuchas a la lluvia que cae y no el sonido de alguien que se aproxime  para brindarte ayuda. La zanja es cada vez màs hùmeda y la tierra se ha aflojado con lo cual en cada movimiento que tù haces te estas quedando atrapado en ella.La tierra y el agua se mezclan con tu cuerpo como aquellos cuerpos inertes de los pequeños muñecos que tù enterrabas en el lodo en tus juegos infantiles.

Ya no escuchas nada màs que la lluvia y el correr del agua en la zanja, el dolor de la pierna ya no es tan intenso los recuerdos no pasan ya por tu mente, solo la lluvia sigue ahì, la lluvia es ahora tu compañera. Tan solo la lluvia se escuha y tù  en medio de la zanja. La lluvia ya no se escucha, tan solo el aire que pasa tratando de secar todo lo que ha quedado hùmedo por la lluvia……


Reserva

junio 24, 2009

 

Detesto ir a los entierros.

Un montón de caras largas a mi alrededor y de todos esos mirones menos de la mitad siente algo por el difunto.

Mi marido se está arreglando y espera que lo acompañe. No me lo ha dicho pero he notado como voltea continuamente al rincón en donde me encuentro. No entiendo cómo puede ser tan imprudente y pensar que iré cuando hace tan poco era yo la que estaba en cama.

No quiero ir así que haré un último intento para persuadirlo. Me detengo a su lado y se lo pido al oído, él hace como que no me escucha; no sería la primera vez. Tendré que acompañarlo. De nuevo voltea en mi dirección y suspira.

Lo alcanzo en el corredor y camino haciéndole sombra. En el trayecto hacia el panteón no me dirige la palabra, su mirada se pierde en algún punto más allá del cristal; me contento con sentarme a su lado sin hablar, ¿qué caso puede tener?

Al llegar nos unimos a la procesión que acudió a dar el último adiós; mi marido se coloca en primera fila, observo los rostros y más de uno me resulta familiar. Trato de entablar conversación con ellos pero todos parecen sumergidos en la tristeza y no me atrevo más que a emitir un leve “hola” a una amiga que reconozco.

Me siento junto a mi esposo y él comienza a sollozar, alargo el brazo para tranquilizarlo y mi mano atraviesa su hombro. Observo mi cuerpo translúcido y, helada, lo veo levantarse y aventar una rosa sobre mi tumba.

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Muchas, muchas gracias por todos sus comentarios, ha sido un gusto enorme compartir este taller con ustedes.

Un abrazo,

 Alisma 😉


La travesía

junio 24, 2009

                                                                                              Por  Angélica

Juan sentía que las fuerzas le abandonaban, el sol radiante le daba de lleno en pleno rostro; apenas podía moverse, la deshidratación y el cansancio lo estaban venciendo. Ahí, solo, desamparado, percibió la cercanía de la muerte; pero él quería vivir, necesitaba vivir, así que se rebeló contra ella y arrastrándose como pudo avanzó un poco más, pero no había nada, nadie, aún así, su voluntad le incitó a proseguir.

No supo cuanto tiempo paso, ni por donde caminó, solo advirtió de pronto que su miranda estaba puesta en el sol; otra vez.   Aunque para entonces, él ya no estaba en ese lugar, se había trasladado a su tierra, a su vida; la de antes.

Vio la cara alegre de su mujer y comenzó a andar a su lado, ella hablaba con contento de los tiempos venideros, parecía no percatarse de sus ropas desgastadas, de sus pies descalzos, de las chozas en las que vivían, de la pobreza circundante.

Su charla giraba en torno a su primer hijo, ese que esperaban, decía que si era niña no le pondría por ningún motivo el nombre de su madre: Dolores; porque había muchas cosas bellas para echarlo a perder con ese nombre, estaba el río que les proveía alimento, los árboles que les daban sombra y frutos y sobre todo, la tierra, buena, productiva.  Juan admiraba su forma simple de ver la vida, él en cambio, quería “algo mejor”, estaba arto del hambre y las penurias.

Muchos de su pueblo se iban para el Norte y progresaban; ese era su sueño.   Tras mucho meditarlo lo decidió, debía irse; juntó el dinero que tenía, pero eso no le alcanzaba ni para llegar a la frontera con México, recurrió a un prestamista y finalmente lo obtuvo, aunque con grandes intereses.  Después vino lo más difícil, hablar con su mujer, ella no entendía sus razones, si trabajaban duro podía irles mejor, no debía irse, no en las vísperas del nacimiento de su primer hijo.  No lo entendió y salió para comenzar su travesía.

Lo primero fue cruzar la frontera con México, llena de pesares, objeciones y vejaciones; luego cruzó todo el país y fue de malos tratos a trato inhumano, los  “transportes” de los “polleros” eran pésimos; el peor fue un tramo como de 300 km. donde iban 17 personas todas apretadas en el pequeño hueco de un camión rebosante de piñas –eso le hizo pensar en los camiones que transportaban puercos, todos amontonados y lastimados, sin que nadie se compadeciera de ellos–.   Al fin la frontera, Tijuana; pero ahí también estuvo difícil, la migra muy alerta y activa les impedía pasar; espero cerca de un mes para poder cruzar; al fin, llegó el día.

De pronto sintió una luz lastimando sus ojos, era una linterna, de algún modo llegó a un cruce de caminos;  alguien se detuvo, lo revisaron y al ver que estaba vivo lo recogieron con cuidado y se lo llevaron.


La tristeza de Teresa

junio 24, 2009

-Ana-

Dicen que Don Benito se había robado a Teresa cuando ella tenía 13 años.  Tenía otra esposa y una familia no muy numerosa, pero no cabe duda que cuando el amor golpea, lo demás no importa. Quizá no sólo era el amor, sino la dote que obtendría al casarse con ella: una hermosa y envidiable huerta de mangos.   Lo cierto es que esos detalles no importaban cuando uno veía el amor que ambos se profesaban. Habían formado ellos también otra familia, por los menos cinco hijos les conocí yo y más de quince nietos. No sabría con exactitud cuántos años habrían pasado desde que se casaron, jamás he sido buena para calcular la edad de las personas y menos cuando la piel está curtida por una vida entera en la sierra. Creo que eran mucho menos viejos de cómo yo los veía. Lo cierto es que en todos esos años Don Benito no se quiso conseguir otra esposa, y es muy común entre los huicholes que tengan por lo menos dos. Él no, él se mantuvo fiel a Teresa.

Vivían solos en un ranchito llamado “Las Escobas” y aunque sus hijos vivían cerca, cuando uno está en medio de la sierra “cerca” significa dos o tres horas a pie.  Vivían de lo que les dejaban los mangos, de la venta de las hierbas que cosechaban y de las donaciones que recibía Don Benito por las curaciones o por los ritos. Ya llevaba muchos años siendo Maracame y aunque era muy respetado entre las comunidades huicholas vecinas, también tenía algunos enemigos.

Hace poco más de un año, llegó una señora enferma a que la atendiera Don Benito. Traía metido un espíritu que le ocasionaba todo tipo de molestias físicas. Don Benito le hizo curaciones todos los días por más de una semana pero la señora no mejoraba, al contrario, cada día empeoraba más. El día de la fiesta del tambor, que es una de las festividades principales de los huicholes en donde celebran metafóricamente la llegada a Wirikuta (donde cortan el peyote), a Don Benito le tocó oficiar la ceremonia. Se aprovecharon los sacrificios de gallinas para pedir por la señora enferma, pero desgraciadamente a mitad de la mañana falleció. No se notó su muerte hasta varias horas después, cuando la fiesta ya había terminado. Durante la ceremonia no se le cuidó porque cada quien estaba muy metido en su papel y de ello dependía el éxito o fracaso de  la misma. En cuanto lo notaron fueron a avisar a Santa Cruz, pues de ahí era la señora y desde ahí la habían llevado con Don Benito. La distancia entre ambos pueblos es larga, son por lo menos dos horas a pie hasta llegar al camino, y de ahí el tiempo que tarde una camioneta en pasar que los deje cerca del río, desde donde se caminan otras tres horas para llegar a Santa Cruz.

Casi siete horas después de que habían partido con el cuerpo, llegaron al pueblo. Pero el cuerpo no fue bien recibido pues se le hallaron unas marcas que decían eran por brujería, así que se le quemó para que no dejara maldiciones a los habitantes.

A Don Benito se le acusó de asesinato y tuvo que comparecer ante el consejo de ancianos. La situación legal se complicaba cada vez más, pero debía mantenerse dentro del sistema legal de los huicholes, pues en el ministerio público de Nayarit era imposible una acusación o una defensa por cargos de brujería.

Después de un par de meses, el consejo absolvió a Don Benito pero eso no calmó el odio de sus acusadores. En el fondo lo que querían era el dominio de la famosa huerta de mangos tan codiciada en la región. Probablemente la señora ni siquiera tenía salvación…

Una tarde cualquiera, Teresa y sus hijas comían en su casita mientras los esposos estaban en la huerta. De pronto llegaron unos hombres buscando al Maracame. Como no estaba, decidieron dejarle un mensaje muy bien plasmado en la cara de Teresa. Con un rifle la habían golpeado una y otra vez hasta que perdió la conciencia. A las hijas no les hicieron nada, pero ellas tampoco pudieron hacer mucho para defender a su madre. Como ninguna sabía de dónde venían los hombres, no se pudo hacer una acusación formal. La familia tuvo que seguir con su vida con la mayor normalidad posible aunque en el fondo, con un poco de miedo.

Así pasaron los días que se transformaron en semanas y que empezaron a transformarse en meses. Ya se estaban incluso preparando para la siguiente fiesta: la de la semana santa que es la más importante. Como en esta fiesta se reunían todas las comunidades huicholes de Nayarit, Jalisco y San Luis Potosí, se elegía a un solo Maracame para oficiar la ceremonia y para realizar los sacrificios principales. Y este año se había elegido a Don Benito.

Una semana antes de la fiesta, él y Teresa se quedaron en casa en proceso de purificación mientras sus hijos estaban en sus respectivos hogares no tan lejos de ahí. Un hombre con apariencia un tanto pálida llegó a pedir la ayuda del Maracame para curarle de un mal de amores que le afligía desde hacía varios meses. Era un hombre muy amable aunque un poco tímido. Supo ganarse su confianza y platicaron durante horas. -¿No me regala otro cafecito Doña Teresa?- le pidió amablemente el hombre que dijo llamarse Eustaquio. Como buena anfitriona, ella se dirigió hacia su cocina para prender la lumbre. Pero en cuanto escuchó el disparo no sólo se le resbaló la ollita con agua, sino también la esperanza. Salió corriendo desesperada, pero el hombre ya no estaba y Don Benito yacía muerto en el suelo con un disparo en la cabeza. Con el corazón arrancado en la mano y un dolor más fuerte que el aullido del viento, Teresa tuvo que caminar las dos horas necesarias para llegar con sus hijos…

A mi hermano le llamaron ese mismo día para que les ayudara con algunos trámites del entierro. Javier lleva más de 20 años yendo con ellos a sus fiestas y ayudándoles con cuestiones legales. Todo empezó cuando en un viaje a la sierra con sus amigos de la prepa, él y Tomás se perdieron del grupo y casualmente llegaron a casa de Don Benito. Desde entonces hay una relación muy cercana entre ellos, siempre los han considerado parte de su familia…

Hace una semana que Javier regresó del entierro. Le preocupa Teresa porque la ve muy triste. Dice que quizá sus hijos se vayan a vivir con ella para no dejarla sola, pero antes deberán expulsar al espíritu de Don Benito de su casa porque según dicen, aún está rondando por los campos y es necesario que se vaya para que todos puedan continuar con su vida.

A mí me preocupa Javier. Desde ese día no ha salido de su cuarto y no ha querido comer. Teme por la vida de Teresa, teme por sus hijos, teme por la huerta. Dice que quizá se vaya para Las Escobas una temporada por si se ofrece algo.

Del asesino no se sabe nada y probablemente no se sabrá. Esos casos no suelen tener muchas esperanzas de resolverse. Lo único que le queda a su familia es aprender a vivir con la pérdida y seguir adelante entre el dolor y la tristeza…


Memo

junio 23, 2009

por lizzava

El hombre azotó la puerta y se marchó furioso dejando a Susana de rodillas quien, con un grito ahogado que no alcanzó a salir de su garganta, lloraba las lágrimas que más dolor le habían causado en toda su vida.

-¿Qué voy a hacer?- repetía una y otra vez sin darse cuenta de que Memo, su hijo de tres años la observaba temeroso, escondido en un rincón del cuarto de tres por tres en el que vivían hacinados.

-¡No me dio tiempo de explicarle!, ¡yo no puedo sola!-… sus puños golpeaban el suelo pero la adrenalina no la dejó darse cuenta de que ya sangraban… Memo lloraba.

De pronto se levantó, caminó hacia la cuna en donde dormía su pequeño bebé de apenas dos meses. Lo miró con furia y le gritaba enardecida que él era el culpable de todo, que habría sido mejor abortarlo… Memo lloraba.

Caminó unos pasos hacia la vieja y derroída caja que guardaba en la única repisa de madera que tenían en el cuarto, buscó un poco y sacó un bote de raticida, después, con el cuidado de siempre, preparó las mamilas para los dos pequeños y añadió dos cucharadas de veneno a cada una. La primera fue para Memo… Memo trató de contener el llanto.

Susana despertó al bebé y lo alimentó… pasaron 5 minutos… seguían vivos… 5 minutos más… los dos lloraban. -¡¿Por qué chingados no se mueren?!, ¡¿por qué no me dejó explicarle que ya estaba embarazada cuando cruzó la frontera?!

Estaba histérica, no soportaba el llanto de los niños… ¡Ya cállense carajo!… tomó al bebé y lo sacudió en el aire desesperada, apretó fuertemente sus brazos y lo arrojó contra la pared… el cuarto se tiñó de rojo… Memo lloraba.

¡¿Eso querías!?,… ¡tu también cállate!… Estiró la mano, cogió un cuchillo y lo enterró en el abdomen del pequeño… Memo dejó de llorar.


Mensajería Instantánea

junio 23, 2009

Carmen está sentada en un sillón casi blanco por la suciedad del diario, en su estudio, un lugar donde pareciera que acontecieron hace no mucho tiempo, batallas donde se usaron libros y revistas como armas. Apenas se puede caminar, hay documentos por todos lados, pilas de libros viejos y nuevos, de discos y películas que después de la primera vez nunca ha vuelto a ver o a leer, que sirvieron quizás para alguna investigación, que compró en un impulso consumista o que colecciona informalmente. En las paredes cuelgan pósters en bastidores que muestran a H.G. Wells o a Bob Marley. Nadie puede entrar ahí. Ni siquiera yo que recibo desde ahí la información. Ella, en ropa de dormir, en la madrugada de miércoles, me escribe un correo electrónico larguísimo en el que finalmente me dice que me ama y que vendrá después de tanto tiempo.

Leo y leo el correo. Lo leo de nuevo. Observo el extremo de mi habitación, perplejo. No pienso, sólo observo. No escucho nada. Ni obtengo palabras para escribir de regreso. Nada, no pasa nada. Se detuvo el tiempo con un ligero mareo.

Volteo la mirada y me encuentro los mismos objetos en el mismo lugar. Las paredes tan blancas como las he encontrado siempre, los libros en donde deben de estar, la música ordenada alfabeticamente, la sección de cine y un centenar de revistas en torres distintas, divididas por tema.

Ni un sólo cuadro, nunca he tenido tiempo de colgarlos. Me detengo y tecleo un correo electrónico cortísimo en el que respondo que lo mejor será no conocernos.


Giros…

junio 23, 2009

-Ana-

Chicago, 1929

Es de noche pero la ciudad no duerme; las calles lloran bajo las caricias seductoras de la luna. En el aire se percibe la agonía de los últimos días. En una pared la sombra de un gato se hace pequeña conforme se aleja de la luz para entrar en las sombras. Hambriento camina por un callejón en busca de alguna rata distraída que se tope por su camino. Pasa frente a una puerta de madera de la que sale un hombre que apesta a whisky y a desesperación. Le dicen Joe. Cruza miradas con el gato y ambos continúan su camino en distinta dirección. El hombre suspira. Sabe que esta noche a él también le toca deambular.

Viste un traje viejo y roído que en algún tiempo fue negro, aunque ahora parece café. Un sombrero oculta su cabello perdido y unos zapatos muy bien lustrados le otorgan un poco de elegancia a la miseria de su vida.

Últimamente para él, no sólo el jueves es negro…

Lo tenía todo: un exitoso negocio de lavado de autos, una bonita familia, dinero, una fabulosa vida social, una casa de campo para descansar los fines de semana, un perro con pedigree y una casita blanca con jardín. No deseaba nada. Era absolutamente feliz.

Pero bien decía Strindberg que la felicidad era como un rey al que súbditos esperaban con ansia, y que cuando finalmente pasaba, no duraba más de un segundo el contemplarla antes de que nos diera la espalda, antes de que se alejara…

Y eso fue lo que le sucedió a Joseph Lagoon unos meses atrás cuando cayó la Bolsa. Desde entonces se evade en los clubs clandestinos de jazz, donde con un poco de alcohol y música olvida que su esposa cree que salió a buscar trabajo. Ya vendió su casa de campo, su auto y las joyas de su madre. Pero a ese dinero no le queda ya mucha vida. Su negocio quebró y sus empleados acabaron en la calle. Él no tardará en estar igual y lo sabe. Cada vez será peor….

En el fondo a lo que le teme es a la soledad…. ¿Y si su esposa lo deja?, ¿y si sus hijos se avergüenzan de él?, ¿y si pierde a todos sus amigos?, ¿y si ya no lo invitan a las fiestas?… –¡Qué dirá la gente!- Toda una vida trabajando en una imagen que de un segundo a otro se puede derrumbar.

No cabe duda que no tenemos nada comprado…

…Después de caminar sin rumbo un poco ebrio, decide volver a casa y enfrentar de nuevo esas miradas anhelantes a las que noche tras noche responde lo mismo:  “No hallé nada, lo siento. Mañana lo vuelvo a intentar…”

México, D.F, 2001

Es de día y la ciudad dormida. Será por el pinche calor de mediodía. El aire es sofocante y son pocos los espacios donde está fresca la avenida. De las sombras sale un perro. Sediento busca en el suelo algún charquito de donde beber un poco de agua. Pasa frente a una banca en la que descansa un chavo que apesta a humo y a emoción. Se llama José. Cruza miradas con el perro y los dos continúan su camino en distinta dirección. El chavo suspira. Sabe que él ya nunca tendrá que vagar.

Viste pantalones de mezclilla doblados hasta la rodilla, una playera blanca sin mangas para presumir los tatuajes de sus brazos: una flor por cada flor que ha desflorado. Trae una gorra de un equipo que no conoce pero al menos le aplasta la mata que tanto se le esponja siempre, y unos tenis agujerados que evidencian la miseria de su vida de la que hoy se despide para siempre.

Los días para él ya no volverán a ser negros.

Nunca tuvo nada. La chamba de lavar naves ajenas en los semáforos apenas le daba pa’ que comieran él y la family; -Sí que se las había hecho buenas la pinche Paola cuando le había dicho que andaba de encargo y que si se quería quedar con el escuincle-. Ni modo de no pasarles una lana: su jefa se lo hubiera puteado desde el cielo si no se hubiera hecho responsable. Aparte pa’ acabarla de amolar, su cantón ya se le había caído dos veces por las pinches lluvias y se le había muerto su perro la última vez. Eso sí, aunque sólo tenía dos amigos: el Trompas y el Canicas, eran bien netos, ahí si no se podía quejar. Aún así siempre había soñado con otra vida. Era absolutamente infeliz…

Pero bien decía el ropavejero de la Morelos: “Pa’ todo mal, mezcal…Y pa’ todo bien, también. Eso sí, hasta de las pesadillas despierta uno”

Y eso fue lo que le pasó al Pepe Lagañas unos días atrás cuando el cachito que le compró al Trompas salió ganador. Desde entonces no ha dejado de celebrar: churro tras churro, línea tras línea y a veces, hasta combina y se echa sus “rajitas con crema”. Total, ahora hasta le sobra la pinche lana. Ya se compró una casita y ya le puso una a la Paola y a su morrito. Ora sí les va a dar harta lana pa’ que vivan bien. Ya se compró también una bicla nuevecita y bien bonita, de 21 velocidades y toda la cosa. Y la neta es que a su varote todavía le queda bien mucha vida. Ya pondrá después un business, aunque aún no sabe de qué. Cada vez será mejor…

Ahora sí no volverá a estar sólo. Hará un chingo de fiestas con mucho alcohol y mucha mota y tendrá más viejas que nunca. Toda su vida sufriendo y de un segundo a otro todo cambió.

No cabe duda que ni la miseria la tenemos garantizada…

…Después de vagar por sus viejos rumbos bastante puesto, decide ir a su nueva casa sabiendo que nunca más volverá a ver esas miradas de reproche a las que noche tras noche respondía lo mismo: “Pus que quieres, eso fue lo único que saqué hoy…”